Mucho ha llovido desde nuestra última actualización (literalmente, hace tres semanas que Dios está llorando, se ve que era tifoso de la Roma).
El lunes nos marcamos una de Locanda. Después de varias horas en la cocina en unas de esas conversaciones que matan el tiempo y alargan la vida (de esas que voy a echar tanto de menos en Madrid) llegaron Alba y Laura; y con unos cuantos chupitazos de limoncello “entre pecho y espada”(sic) nos fuimos para allá con los labios pintados de rojo pasión. Una vez dentro, Alba y yo empleamos la misma técnica del finde pasado y conseguimos recolectar un nada despreciable número de cigarrillos (aunque yo llevaba oficialmente cuatro días sin fumar).
Para seguir con las tradiciones, también conseguimos una botella de vodka. Y a sorbitos de (que ofrecíamos a la gente haciéndoles creer que era agua) nos marcamos unos bailes en el escenario con gogó incluido (aunque el muy sinvergüenza no nos dejó sus gafas de sol).
Al día siguiente, resaca. Los martes con resaca es un estado casi fijo entre la mayoría de los Erasmus en Roma, ya sea por el Marylin o por el Any Given Monday. Así que me fui con Marta a hacer turismo por el EUR, sitio curioso cuanto menos, con todos sus arcos y monumentos fascistas. Sudé un poco de alcohol intentando llegar al Colosseo Cuadrado a ritmo de “Meno male che Silvio c’è” , y volvimos para San Lorenzo.
El miércoles, Clara hizo su primer examen en Italia, de Derecho Tributario. Como buena novia, la acompañe en todo momento, y cuatro horas después, salió airosa del aula con un 27 in tasca. Para celebrarlo nos fuimos a tomar un sptriz, que regenera cuerpo y mente.
Jueves. María nos invitó a cenar a un Mexicano muy bonito cerca de Circo Massimo. Había música en directo, tequila, fajitas y flores en la cabeza. Nos intentamos meter en la piel de las protagonitas de Sexo en NY, pero al no conseguir aprendernos los nombres de nuestros alter ego, lo dimos por perdido.
Para quemar la copiosa cena, decidimos correr un rato, y si es detrás de un autobús, mejor. En Roma nunca sabes si correr va a tener buenos resultados, porque el conductor puede parar en una parada que se acaba de inventar o puede cerrarte la puerta en tu puta cara. Esta vez, la suerte estaba de nuestro lado, y subimos por los pelos para ponernos en camino hacia el Brancaleone.
Cuando llegamos, vimos a los miembros de Skatalites bajar de varios BMW (eso sí, al ritmo de ska). Entramos, nos pillamos unas birras y nos fuimos a esperar a que empezara el concierto. No sé si sería el calor condensado, el humo de la sala o qué, pero en seguida nos metimos en el ambiente y empezamos a bailar como locas. Aunque el rollito reggae no nos dio toda la paz y el amor que nos hacía falta, porque en varios momentos nos entraron ganas de matar a más de un gilipollas que rondaba por ahí. Delante teníamos a una pareja bajita que no paraba de liarse. Que digo yo, si no vais a ver el concierto, ¿para qué pagáis? Después estaba en subnormal de rojo, al que podríamos llegar a perdonar debido a la cantidad de sustancias estupefacientes que llevaba en el cuerpo. Hacía intentos de bailar, pero sus brazos se movían de una forma estratégica: le tocaba el culo a todas las mujeres que midieran entre 1,50 y 1.70m. Y por último, estaba EL PERSONAJE, un infeliz que estaba en éxtasis en la mitad de la multitud, bailando aún cuando la música dejaba de sonar, y que iba haciendo un vacío a su alrededor debido a las pocas ganas que teníamos todos de acercarnos a él y su desagradable olor corporal.
Aún así, el concierto fue brutal, el sitio nos encantó y la cena y la compañía no podrían haber sido mejores.
El viernes, el trío calavera se separó. Clara se fue al Dissonanze, un festival de música tecno, en compañía de Irene que vino especialmente a Roma (una amiga suya del cole que está en Pisa viviendo. El año pasado estuvo allí de Erasmus y se enamoró de la ciudad. Ahora está currando en un museo y en una tienda. Al parecer se ha aficionado al patinaje, o por lo menos entrena tan duro que a veces se hace moratones intentando realizar ciertas piruetas. Aunque no la conozca mucho, Irene es una de las personas a las que más se le pira la pinza de entre todas las que he conocido y tiene toda la razón del mundo cuando dice que “reírse es lo más serio”).
Mery y yo nos quedamos por el barrio con David. Cuando estábamos yendo al Celestino a tomar un spritz, nos encontramos un ramo de flores (no diremos dónde porque le quita todo el encanto a lo que voy a contar a continuación), y las fuimos repartiendo gratuitamente a todas las personas que nos íbamos encontrando. Algunos se sorprendían, otros nos agradecían, otros no las aceptaban y, la mayoría, sonreían. Fue bonito ver a toda esa gente en el bar y por la calle con una flor en la cabeza, incluso los paquis que venden rosas llevaban una en la chaqueta (misterio que no conseguimos desvelar por la barrera lingüística que nos separa).
Cuando se nos acabaron los crisantemos nos fuimos a la plaza, y como siempre ocurre en ese lugar, no tardaron en acercase los personajes. Aunque esta vez tuvimos bastante suerte, y el primero que vino fue Alessandro, un tío con rastas que a la pregunta “che fai?” respondió “malabares”.
Al rato llegó una banda de instrumentos de viento y tocó en directo. Increíble. A lo mejor era por las cervezas, pero empezamos a bailar en la mitad de la plaza como niños pequeños (aunque no tan emocionados como el clon calvo de Joaquín Cortés). Y ahí la cosa empezó a degenerar un poco.
Por motivos que aún desconocemos, terminamos con una guitarra que nos dejó un pibe que no conocíamos y que se fue a cenar. Menos mal que había venido una amiga de David que sabía tocar alguna canción, porque si no poco podríamos haber hecho con esas seis cuerdas.
Cual flautistas de Hammelin, atrajimos con la música a dos chicos muy majos, que estudiaban Ciencias Políticas. Uno se dedica a hacer fotos en manifestaciones, y otro es el típico amigo majo que te dan ganas de abrazar (pero nada más).
El sábado me desperté prontito, porque tenía que ir a la Biblioteca Nacional de Castro Pretorio a pillar un libro. Eso parece la nasa, te asignan un puesto de lectura en una sala, tienes que solicitar el libro un día antes por internet y solo puedes fotocopiar el 15% del libro. Así que me fui, cansada de tantas formalidades para leer un libro (yo opino que una biblioteca es un lugar en el que tienes que poder elegir un libro, tocarlo, pasar sus páginas, llevártelo a tu casa, y sentarte donde te apetezca).
Por la noche, Mery y Clara se quedaron en casa. La primera porque estaba muerta después de patearse Roma haciendo de guía turística a su hermana y su novio. Y Clara, porque nuevamente tiene que ponerse a estudiar como una cerda. Así que yo, que no tengo nada que hacer con mi vida, me fui con Alba y Laura a un concierto de uno de sus compañeros de piso, en un antro en la periferia de Roma en donde creo que sólo han entrado dos españolas y una argentina desde que se abrió. Después nos fuimos en amor y compañía, con gente que no conocíamos, a una cervecería por San Giovanni. Parecíamos estar en una partida de poker por todas las fichas que iban y venían (a pesar de que yo no terminé de pillar de quiénes eran los que jugaban). Bien entrada la noche, nos retiramos todos a nuestras casas, y aprovechado que un chico con rizos tenía coche y pasaba por casa, me volví a Via degli Equi.
Pero nada de lo que hemos hecho esta semana tiene ni punto de comparación con los acontecimientos que están a punto de tener lugar. Después de 7 meses de adicción, el final de Lost ya está emitido y descargado en nuestros ordenadores. Estamos esperando a que el Señor Pizzero de Lampo traiga nuestra cena para encerrarnos dos horas y media para ver el desenlace de la serie que nos ha acompañado desde el primer día de nuestra aventura Erasmus y que nos ha traído tantas alegrías y disgustos. Aunque no queramos reconocerlo, todo lo bueno acaba en un momento u otro.
http://www.youtube.com/watch?v=cq4Dsv7EdyQ
"They're gonna wash away"